viernes, 26 de noviembre de 2010

por fin en casa

Esa noche, M. C. llegó muy tarde a casa. Anduvo como deshaciendo el mismo camino que con tanta minuciosidad había ido construyendo para su regreso del trabajo a su cama. Porque sabía que lo único que le esperaría en casa a parte del frío de su consciencia era el frío de su cama. Y porque sabía que esta sería su última noche en la ciudad. Siguió titubeando en la puerta del ascensor y subió por las escaleras. Abrió la puerta de su casa, se dirigió al baño, se miró al espejo y se preguntó: ¿por qué he llegado hasta aquí? Desde la omniscencia no se puede asegurar si realmente se hacía esa pregunta con una intención profunda, o si simplemente estaba tratando de dar significado a una decisión para la que todavía no había encontrado respuestas. 

A M.C. le gustaba perfumarse al llegar a casa. Abrió el segundo cajón del mueble del cuarto de baño, cogió la pistola y se llevó el cañón a la cabeza con el mismo gesto que noches anteriores se apuntaba con el perfume. Entre el frío de su consciencia y el frío del arma sintió como si una serpiente recorriese toda su columna hasta introducierse en la pistola. En ese momento tuvo miedo. Sabía que estaba cargada. Sin embargo no había ningún indicio de desesperación,  impaciencia o arrepentimiento. Sólo seguía preguntándose frente al espejo ¿por qué? Apagó la luz y notó una voz cálida en su mente que provenía del espejo advirtiéndole: "¿Acaso eres tú este reflejo?" Como no supo qué responder, cerró los ojos, y de la misma manera que otras noches conducía el difusor del perfume hacia la sien y sentía un escalofrío que le indicaba que el día había terminado, esa noche apretó el gatillo de  la pistola y no sintió nada.

lunes, 22 de noviembre de 2010

poema de un loco a secas

¿Alguien puede oirme?
Dicen que estoy loco y quería remediar eso, pero
¿Hay alguien ahí que me pueda oir?
¿A quién le explico yo todo mi tormento?
¿Ya no queda nadie que sepa escuchar?
Ni siquiera necesito cobijo,
sólo un corazón valiente que sea capaz de entender,
de esos añicos que laten enteros,
que no hacen preguntas ni rinden pleitesía a sus coartadas.

...No, a tí no te necesito ahora,
y a tí ya te lo expliqué hace tiempo y sin embargo
me internaste en esa cárcel de carne y hueso,
podrida y roída solo tuve que dejar pasar el tiempo,
y eso es lo único que pido que no tengas en cuenta,
pero primero necesito que me escuches
y que puedas hacerlo ya no estoy tan seguro
en cambio, te necesito para que me compadezcas
como no lo supiste hacer nunca.

No me humilles más y escucha, no te vayas
porque tu espalda no tiene oidos
y aunque tu cara no tenga ojos, no los necesito
con tu corazón me basta.
Pero las dimensiones de tu ego no las soporto
no dejas de pensar que fue culpa tuya
porque no podrías soportar la indiferencia,
la misma que me está matando aquí pero mañana,
la misma que te advierte que no eres ni serás capaz
de pedir perdón aunque no te falte la razón.

Ah! Ahora sí que me prestáis atención
pero he tenido que aguantar vuestras risas como si hablase a solas
y ahora resulta que estáis dispuestos a darme de vuestro tiempo
y eso sin reconocer que vuestro tiempo no vale nada
no vale absolutamente para nada más que para justificar mi salud
y ni siquiera os estoy utilizando,
pido a coces que me escuchéis porque quieren volver a meterme dentro de mí.
Eso no pienso tolerarlo,
a ese otro si que no lo pienso escuchar
aunque me grite y aunque me suplique haré como vosotros,
haré que escucho, le complaceré pero no pienso seguirle a ningún lugar.

Y si grita ¿alguien puede oirme?
y me intenta convencer de que no está loco
y que lo único que necesita es ser consciente de que le pueden escuchar
porque, sabéis, no cree que está loco mas sí muerto
y es por eso que se mete dentro mío como si fuese su único refugio
pidiendo a gritos que le escuche... pues de lo contrario no late,
pero yo... yo ya no puedo más.
¿Sabéis? ahora que no me oye nadie, voy a acabar con él.