domingo, 28 de agosto de 2011

...el capitán gusano


Cuando todo huele verde entre el suelo de hojas secas oculto, el capitán se tambalea y siente el escalofrío espinal de quien se pone los dedos en la barbilla pensativa. Mira hacia atrás y no está solo. Escucha el rumor de los que no tienen cobijo, de los que se esconden bajo el suelo de otoño, oculto por el verde pasado y crujiente ¿serán sus huesos? El capitán corre con la carrera de quien no corre nunca, y salta con la altura de quien teme haber matado a alguien entre sus dedos y suelta todo el cuerpo desplomado a sus pies. Los gritos que le timbran insoportable en sus oídos de acero y sube a un árbol. Ahí comienza a aliviar su corazón. Sus latidos ceden el paso y suspira...mira hacia atrás y nadie le sigue. Nadie grita. El árbol es frondoso y solo unas pocas hojas penden de él. ¿Unas pocas? De repente, llueven miles de ellas sobre su cara, algunas arañan sus dedos y otras se cuelan entre sus ropas. Comienza a sangrar y grita ¡basta! Empieza a ceder su cuerpo sobre el tronco como cede la savia pegajosa de un pino casi seco. En unos instantes, su cuerpo permanecía completamente enterrado bajo la gravitatoria ley otoñal. Cubierto de hojas sus ojos podían abrirse pero no mirar, su cuerpo se movía apenas para aliviar las heridas y su respiración era cada vez más forzada, pero sus oídos sí que escucharon con ligereza alguien que junto a él se encontraba de pie y preguntándose ¿serán sus huesos? El capitán miró a su lado y estaba acompañado. Alguien echó a correr ahí arriba. Se sintió aliviado y pudo respirar entre las hojas secas de otoño, suelo por el que se arrastraría toda su existencia.