domingo, 13 de febrero de 2011

ella desmemoriada


De repente, se encontró en una habitación de hospital sin recordar absolutamente nada. Ella miraba en todas las direcciones tratando de alcanzar algún recuerdo, pero su cara de espanto delataba el fracaso. Las ventanas estaban completamente cerradas y no tenía compañero ni compañera de habitación, aunque en ese momento ella hubiese preferido la enfermedad de alguien para poder preguntarle algo. No recordaba nada. No recordaba nada pero sabía que estaba en un hospital, y que lo que se abría en ese momento era una puerta, y que lo que entraba era una persona de sexo masculino, y que esa vestimenta era propia de un doctor. “Buenos días, veo que ya estás despierta, ¿cómo has pasado la noche?” preguntó el doctor con voz de doctor. “No recuerdo nada, ¿por qué estoy aquí?, ¿Qué me ha pasado? Dígame algo” advirtió ella con voz de paciente mujer. “Tranquilízate, tómate estas píldoras, y descansa, vendré dentro de un rato, quieres que te traiga algo para leer?”. “No, me duele mucho la cabeza y...”. “Bueno, ahí tienes agua, luego nos vemos.” Y salió. Ella giró la cabeza hacia la mesita de noche buscando un reloj para saber qué hora era, pero no había ninguno, y en su muñeca tampoco, aunque tuviese la marca pálida del que normalmente lo utiliza. Empezó a sentirse inmóvil, quería toser y no podía, lo que le puso más nerviosa todavía, y quiso llorar y tampoco pudo, y quiso llamar al doctor pero éste entró sin ser llamado.
El doctor la desvistió mientras los ojos de ella se abrían de par en par sin entender nada. No reaccionaba y el doctor con una sonrisa pérfida comenzó a tocarle los senos suavemente. No podía gritar. La piel de ella se ponía de gallina, mientras sus ojos se ponían lacrimosos. El doctor abrió el telón de sus pantalones y sus felices genitales entraron sin pedir permiso en los de ella. Este trámite no duró demasiado tiempo, o por lo menos él se quejó de eso. Cerró el telón, la vistió, y le dio nuevamente su medicación mientras le dijo: “Tienes fiebre, será mejor que te traiga un poco de Rohipnol, ahora duerme y descansa”. Y salió por la misma puerta que entró, ya que solo había esa. Ella empezó a notar cómo su vista se difuminaba en una niebla cada vez más espesa. Sentía ganas de llorar pero no podía, y perdió la consciencia. El doctor entró de nuevo, le abrió la boca pero esta vez sólo introdujo una pastilla en su interior.
Al cabo de unas horas, ella abrió los ojos y se encontró en una habitación de hospital sin recordar absolutamente nada. Miraba en todas las direcciones tratando de alcanzar algún recuerdo, pero su cara de espanto delataba el fracaso. Las ventanas estaban completamente cerradas y no tenía compañero ni compañera de habitación, aunque en ese momento ella hubiese preferido la enfermedad de alguien para poder preguntarle algo. No recordaba nada. No recordaba nada pero sabía que estaba en un hospital, y que lo que se abría en ese momento era una puerta, y que lo que entraba era una persona de sexo femenino, y que esa vestimenta era propia de una doctora. “Buenos días, dijo la doctora”.

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