domingo, 13 de febrero de 2011

llego tarde a una cita

Parte 1

Como a la mayoría, no me entusiasma mi trabajo, pero no me quejo ni le echo las culpas a los turnos o a los sueldos, sin embargo hay un momento al día en el que todo tiene sentido de camino al trabajo. Ahí está, siempre tan puntualmente misteriosa en el cruce de Provenza con Calabria, que es desde donde se unen nuestros caminos todas las mañanas a las nueve menos diez, hasta el andén del metro Hospital Clínic. Ciertamente, no sé con certeza si nuestras miradas se cruzaron alguna vez, pero yo siempre tengo preparada mi mejor mueca para corresponder a su saludo. Una leve sonrisa hacia la izquierda, y una mirada sugerente y amañada, aguardan con inquietud el ser correspondidos por esa enigmática mujer. Como imantado llego tras sus pasos al andén y corrijo ciertas frases que ahora me parecerían más oportunas si un fortuito encuentro se produjese. Ya casi lo tengo todo preparado. Claro que, hace ya bastante tiempo que disfruto de este pequeño momento matutino. No le hablaría del trabajo, eso por supuesto, pero trataría de tener reflejos para sus primeras palabras. Luego un chiste leve, nada cómico, pero incisivo para esas horas. Ni siquiera trascendente, pero que despertase su curiosidad, y tal vez la osadía de que reconociese que ella también se había fijado en mí desde hacía tiempo. Era una especie de ángel de la esperanza que un día tras otro se me aparecía para decirme que ya quedaba poco para…pero pasaban los días, y hoy no parecía que fuese el definitivo. Mientras esperábamos, ajenos entre nosotros, el tren, ella se dispuso a leer. Ya sabía qué libro era, llevaba con él tres días. “Bartleby, el escribiente”. Yo jamás le interrumpiría, pero habrá un hecho, el día menos pensado que tal vez nos una para siempre.

Parte 2

Hoy ha cambiado mi vida. Cualquier hecho repentino puede provocar giros tan bruscos…estoy desorientado. Esta mañana, en el semáforo de siempre, no estaba ella. Como es natural, empecé a hacer mis propias y graves especulaciones, dándole una trascendencia desmesurada a nuestra anónima existencia en común. Me iba la vida en ello y sin embargo ni la conocía. Me di cuenta de lo innecesario que puede llegar a ser el conocimiento cuando dentro se siente lo que yo sentía. Tal vez la habían echado del trabajo, Dios mío, qué tragedia, eso sería un duro contratiempo… pero con suerte, estaría en casa, enferma, durmiendo la fiebre, arropada y tiritando, como una estrella. Cuando llegué al andén me quedé mirando fijamente el hueco de su figura, la ausencia de su presencia. Pero de repente, ese hueco se llenó. Era ella. Respiraba con paso acelerado y estaba intranquila y cuando me quise dar cuenta, me estaba mirando fijamente a los ojos, extenuada. El tiempo se ralentizó, sus labios se unieron para dar lugar a las tan ansiadas primeras palabras. Tal vez hasta compartiríamos el trayecto, y ya estaba pensando como encarar la conversación, que no decayese, una broma sobre las prisas… Y mis pensamientos fueron interrumpidos por su voz, maravillosa, que preguntó: “¿Sabes si tardará mucho el metro en venir? –mientras, seguía respirando acelerada, y continuó- es que llego tarde a una cita”…En ese momento, antes de que me diese tiempo de contestar, aparecieron las luces a través del túnel, y el ruido, y el tren acercándose…Ella inspiró hondo, aliviada, y se tiró a las vías.

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