jueves, 9 de septiembre de 2010

adiós adiós


La habitación cobró una indemnización que hacía tiempo venía reclamando. Él estaba haciendo las maletas, mejor dicho, la maleta, bueno, en realidad lo que estaba haciendo era meter sus pertenencias dentro de una maleta. La maleta no se sorprendió, pero esta vez lo miró con ojos tristes. Sabía que este no sería un viaje lúdico porque no metió ninguna foto sino que las tiró todas. Tiró todo su paralítico pasado a un cubo de basura limpio. La habitación sonriente se quedó a sus anchas mientras escuchó el quejido de la cerradura al contacto con la puerta. No llueve para todos igual. En el campo, su abuelo se alegraba por las lluvias que predecían una buena cosecha. Los habitantes del pueblo de al lado lamentaban las dos víctimas que el río se había cobrado en la puerta de un colegio, estadísticas que la naturaleza reclama por todo el daño recibido –qué justicia!-. Pero la cosecha de este año también se fue al carajo –qué justicia!-. Él, con su maleta, se fue calle abajo pensado en una duda que todavía ocupaba su cabeza, pero ya no aguantaba más. Una vez, leyó que uno no ha de tomar decisiones cuando duda, pero llegó a la conclusión de que se inventaba las dudas para seguir teniendo esperanzas. Así que fue en busca de un autobús, en busca de su abuelo. Una temporada rural, un poco de sosiego para su estructura ósea, que no aguantaba más. Él sonrió porque no había avisado en el periódico donde trabajaba de que ya no iba a volver. Solo quería desaparecer, sin hacerse notar, sin armar escándalo, sin pretensiones.

Su compañera Soledad estaba empezando a inquietarse, porque él no respondía al teléfono. En el periódico, nadie sabía nada. Se duchó. El espejo encantado disfrutaba mientras ella le desempañaba con las yemas de los dedos añejas por el contacto con el agua. Cara a cara. Casi ni se reconocía en ella. Sabía que era responsable de su rostro, y quizás de la ausencia de Andrés. Salió de casa a ver si estaba durmiendo o enfermo. Una siempre piensa en lo peor cuando siente las ausencias de los queridos, aunque siempre le explicaba a su madre que si no tenía noticias de ella era porque estaba bien, de lo contrario, la policía o los noticieros la advertirían de la tragedia. Pero es muy sencillo dar consejos cuando los conflictos son ajenos a uno. Nadie respondió al timbre, pero de repente un anciano vecino le pidió permiso para poder entrar. Metió la llave y le preguntó si tenía fuego. Sí, le dijo ella, parece cansado, preguntó. Si, vengo de viaje y, por cierto, usted no es la novia del chico del principal segunda?, preguntó. Si, lo vengo a buscar, pero no consigo dar con él. Ni lo hará, dijo el anciano mientras cerró la puerta.

Ella pasó del nervio al pánico, y le taladraron las palabras del doctor cuando le dijeron que sus traumas se reducían a un defecto que tenía en el gen número quince que le provocaba una descompensación entre serotonina y adrenalina. Miró al cielo y el sol le punzó dejándole una mancha etérea en su vista, por un tiempo. Nunca hace sol para todos igual. Su hermana trabajaba de socorrista en la piscina de un hotel, y le agradecía al sol por haberla contratado en ese tranquilo empleo, pero un cáncer de piel terminó fulminantemente con su vida. Recuerdos que le invitaron a sentirse débil, y el anciano que estaba asomado al balcón vio cómo se desmayaba. Le gritó que lo había visto en la estación de autobuses, pero ya era tarde porque ella estaba tendida en el suelo. El anciano avisó a una ambulancia que casi llegó antes de que terminase de discar. Y fue con ella en la ambulancia.

La ambulancia iba todo lo deprisa que el tráfico le permitía. En un cruce, se escuchó un claxon funesto. La ambulancia chocó con un autobús que se dirigía a las afueras de la ciudad sin vida.

No hay comentarios: