jueves, 9 de septiembre de 2010

silencio


Hace un rato que he despertado entre este blanco de paredes y ya comienza a ser inquietante este silencio. Cuesta acostumbrarse cuando uno ha estado tan unido al ruido. No es que haya sido músico o haya estado siempre rodeado de criaturas, es solo este maldito silencio que me incomoda como si fuera el primer día. Aunque, por otro lado, el silencio en su primera manifestación en nuestros días jamás ha resultado inquietante. Nadie es consciente de su primer silencio vivido. Seguro que ha quedado en una parte del cerebro, latente, inocua, como el nacimiento. Este silencio se parece a la mezcla de temor y atracción que sienten los niños hacia la oscuridad. Se atrapan en la negrura del espacio, tiemblan, lloran, pero siguen avanzando con pasos tartamudos, tanteando el alrededor, palpando las distancias que lo separan de algo que se esconde tras la oscuridad, como el muerto que persigue una especie de luz. Este silencio esconde algo. Una impaciencia al ruido me absorbe a la sensación de que en un momento repentino va a desaparecer el silencio a cambio de un ruido súbito, un ruido que acabará con el silencio y dará la bienvenida a la oscuridad. Tal vez he muerto pero estoy solo, aquí no hay nadie ni nada. Envuelto en la blancura que me abraza como un recién nacido, no se escucha ni un alma, o tal vez solo la mía.

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