jueves, 9 de septiembre de 2010

crónica de una fiesta cualquiera


Y gentes...

Una que se vuelve temprano, cuando la fiesta comienza, porque su doctor se lo ha prohibido. Dos que se vuelven temprano porque están muy libidinosas entre ellas, y una de las dos ha bebido demasiado, aunque sea muy temprano, ella no tiene nada en contra de beber muy rápido en cantidades desproporcionadas, y tampoco le importa el ridículo de cuando ella es la única ebria. Tres esperan que entre el hombre de sus sueños, de esos que entran a las fiestas y nadie, o casi nadie lo conoce y es el que primero cortará el pastel, pero se despiertan temprano, casi al mismo tiempo que lo que tarda la sangre en controlar nuestra capacidad locutiva y motriz. Entonces, sucede al mismo tiempo el portazo de una, la despedida de dos, y la cruda y fea realidad de tres.

Del comportamiento colectivo prefiero no hablar, pero resultó prudentemente gracioso un comentario de un buen amigo: “se ponen en parejas y tríos, pues ellos se lo pierden”, fue muy rápido y hábil en sus palabras. Pero dejemos de hacer crónica.

Quizás, yo fuese el ratón de la fiesta. Las gentes se van por la puerta de adelante cuando después de haber intervenido, beben un lustroso trago de orgullo, y se van; o por la puerta de atrás, cuando el frío de su presencia es tan agresivo que las conversaciones se comen precipitadas entre ellas y no queda ninguna más, a parte de la del que rompe el hielo, que es más fría porque lo desvela a uno; pero lo curioso es que anoche descubrí otro modo de irse de los rodeos verbales de otros: por la puerta del ratón, rápido, como disimulando, sin queso pero con whisky, y cuando ellos se giran, sus nucas ya no les volverán a tratar con tanta amabilidad. Silencio.

Y por otro lado, uno tiene que tener mucho ojo con los susceptibles de ser ofendidos por marginales, como las feministas o los nacionalistas; a éstos, por ejemplo, no sabe uno en qué idioma dirigirse, pese a que tengan el mismo peso de lenguas en la boca, no sabe uno de qué país decir que es, España?, Cataluña?, pues anoche tuve un pensamiento muy lúcido y se pensaba lo siguiente: a partir de ahora, ya sé que a nadie le voy a desear suerte, sino estabilidad (eso ya lo dije hace unos cuantos años), y también sé de dónde soy: de la “Clínica del Carmen”, puesto que allí es donde nací, y a partir de ahí, en orden ascendente hasta que el otro se reconozca en una subnación mía, o hasta que se aburra.

Apéndice: Esta amante de un rato es muy dulce, muy agradable, pero no muy “muy”.
No le pude preguntar en qué hospital nació,” En uno francés”, me dijeron.

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