jueves, 9 de septiembre de 2010

con sangre


Una pequeña cuesta abajo de sobras anunciada. Sólo hay que tener cuidado con donde pone uno los pies, o si es demasiado tarde, las manos, pero no hay que golpearse la cabeza.

Se puede vivir sin uno de esos pulmones que nos vienen de serie, incluso sin corazón (qué ciencia prepotente). Entonces ¿con qué amo yo ahora? Con la sangre. Sin sangre uno no puede vivir, pero sí que tiene que controlar su temperatura, y yo intentaré que sea lo suficientemente caliente como para que se dé cuenta de que cuando la ignoro es porque la amo. Con toda mi sangre.
Pero a ella todo esto no le importa demasiado, o nada. Creo que está muy lejos de adivinarme, o demasiado cerca. Será la excusa que necesite para marcharme por esa cuesta abajo.

Hoy le he visto la espalda. Y me pareció sentir como giraba la cabeza cuando yo agachaba la mía como con desánimo, como con desaliento, pero con sangre. Quizás siempre le esté guardando unos pocos de litros de sangre, como si de un puesto de donación fuera. ¿Y el alimento para no desfallecer? ¿Y la enfermedad?

Me preguntaron ¿Por qué no le dices ...? ¡Qué torpeza la mía! Siempre me resbalo en esta cuesta abajo, y a mis manos no le dan ni tiempo de reaccionar porque están con ese vaso de whisky, que es la sangre que ahora recorre por las venas de mi sangre. Cuando se terminen las reservas de alcohol quizás esté preparado para vomitar, o para que ella sepa que no se tiene que preocupar de nada porque yo la ame. Ya me intentaré curar, no te preocupes, le diré. Y espero que la sangre la ponga ella.

No hay comentarios: