jueves, 9 de septiembre de 2010

hambre


El niño se aboca en un contenedor buscando su menú nocturno, pero es de día, llueve, y los otros pequeños van a la escuela. No consigue nada, solo un atajo de papeles que ordena con la delicadeza de quien juega sin memoria. No sabe qué le ha llevado hasta ahí, ni siquiera el hambre necesita apretarle el estómago compungido. De hecho, tampoco se lo pregunta. Deja de llover mientras pasan las horas alrededor de las húmedas páginas, sentado con los pies colgando en un banco que comparte con un mendigo y sus cartones. Éste se despierta y su reojo sonríe al pequeño. Le posa su mano de lija en la cabeza con una suave caricia, y le comenta que con eso no podrán quitarse el hambre. El niño le da los papeles, y el mendigo los agarra. Se los distancia de sus ojos color miope, y le dice al niño: "...o tal vez, sí."

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