jueves, 9 de septiembre de 2010

diagnósticos


1.Berrinche: Tomamos al individuo con quien se mantiene el enfrentamiento como el causante-culpable. Fracturamos la relación tras varios ataques físicamente verbales, y quedando mentalmente tranquilos de culpa y responsabilidad. Es habitual dar la espalda al puntual y desencadenante conflicto, y a la persona con la que lo mantuvimos. El berrinche nos obceca y solo distorsionamos monologando la situación y confinando al individuo causante de la disputa. Dominar la situación en el terreno de la conciencia y de lo mental nos produce una tranquilidad emotiva que nos lleva al destierro automático del pasado compartido, descuidando, eso sí, el autoanálisis. Es el camino de ida de rechazar toda responsabilidad de manera automática. Siempre nos seguirá sucediendo igual: “la culpa la tiene...”. Y jamás tomaremos una decisión, solo las acataremos.

2. Exasperación: Nos desesperamos intentando por ningún medio coherente o lógico enderezar lo torcido. Perdemos el control mental y lo que se cocía entre los fuegos del desentendimiento y la confusión. Comenzamos a padecer un derrotismo nocivo, semilla de un problema interior a germinar crónico. Pero un pequeño brote esperanzado de flor nos dará una tempranera falsa calma de creernos desinteresados por el conflicto. Solo camuflamos una herida mal curada obteniendo una salud futura mal curada. Nos ajenizamos del pasado mientras, sin darnos cuenta, marchita la esperanza. Siempre nos seguirá sucediendo igual: “la culpa es mía, me oyes?...”. Y jamás tomaremos una decisión, solo las acataremos.

3. Abatimiento reflexivo: Descendemos lentamente imparables asumiendo toda responsabilidad porque en la interactuación de las relaciones, cada uno de nosotros tiene la clave de acceso redentor. Sin caer, en ese descenso atropelladamente lento, en la profana sensación de culpabilidad. Aliarnos con nuestra soledad nos conduce impávidamente hacia un libertad incierta de plazo en el tiempo, pero libertad, ya sea desfigurada en amor o en descansada muerte. Tras tasar las ausencias, no queda más que recurrir a los estimulantes del sistema nervioso central. Y así siempre, autodestruyéndonos poco a poco pero día a día, sin saltarse ninguno para darnos cuenta de algo: la felicidad y la confianza no existen más allá de nuestro egoísmo irreductible. Pero ya nunca nos sucederá igual: “...no hay culpables, entonces...”. Y ya nunca jamás tomaremos una decisión porque habremos muerto.

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